martes, 29 de enero de 2013

Teatro de un reneguéitor, versión 2013

Alfonsina y los hombres, de Alfonsina Storni y Mariano Moro Instrucciones para un unipersonal Los riesgos del unipersonal se ven venir: si el actor/actriz es además autor/autora suelen precipitarse en el monólogo autista-autobiográfico, la terapia personal pública con el auditorio de psicoanalista silencioso, la exhibición de personajes de poca o ninguna profundidad para demostrar qué bien que lo hago. Cierto, el unipersonal consta en poner sabiamente todos esos bebedizos en el coctel, y salir airoso/a. Pues en nada de esto estriba Alfonsina y los hombres. Moro rompe las reglas y, instalando en el escenario a una intérprete dotada como Victoria Moréteau, nos enseña las instrucciones para componer un unipersonal, y a la vez, construye uno igual a ningún otro. Me explico. Se trata de enhebrar una vida de Alfonsina Storni a través de sus palabras, pero no de eventuales memorias prosísticas —que la poeta nunca escribió—ni de epìsodios biológicos tornados en envase de ficción. A Mariano M se le ocurrió operar de intermediario, no de dramaturgo en sentido convencional. Porque Alfonsina plasma una recopilación hilada de sus poemas, aquéllos en los cuales ella escribe, en estrofas rimadas, los acontecimientos de su vida entera. Sí, en la poesía se materializa la subjetividad mejor que en cualquier otro registro, pero pocos poetas existen que detallen hasta las fronteras de la muerte, decidida y próxima, hechos y sentires personales, en su doble jaez de confesión y denuncia, alegría y padecer, amor y frustración. A Moro, dicho en algún reportaje, le repugna el feminismo barato, tan arraigado en los monólogos de mujeres y en las obras de elenco predominantemente femenino. Pese al título, no hay tal cosa, en reversa de lo predecible en una mujer que, vista desde hoy, ha encajado tanto en el modelo de mujer talentosa y solitaria en lucha contra el mundo masculino. Alfonsina no fue Sor Juana, enclaustrada en su convento y defendiendo la excepcionalidad y también a sus hermanas de género. Nuestra poeta no se pareció a la sufragista en marcha, ni a la anarca compañera de lucha de anarquistas varones. Sólo una pequeñoburguesa que se enamoró de hombres inferiores a ella, que tuvo un bebé de soltera y no por ideología, que era demasiado brillante y fervorosa en un mundo gris y conservador. Sufrió más que todas: no quería la soledad y quedó sola, nació poeta y su personalidad y sexo le prohibieron crecer en público, deseó ardientemente ser ella y las demás mujeres, por envidia o autorrepresión, ayudaron a condenarla a no ser nadie. La sociedad de doble moral la mató induciéndole un cáncer que resolvió no soportar, y si hubiera vivido (le quedaban años) habría encontrado su lugar, puesto que, ninguneada como mujer, sin embargo la sola información sobre sus excequias, la pena muy extensa que produjo, demuestran que no la desconocían en absoluto. Artistas que no acarreaban el peso del género, Horacio Quiroga y Leopoldo Lugones, morían del mismo modo debido a vidas distintas en esa Argentina vergonzante de la Década Infame. Alfonsina, siempre mediante sus textos, percibe claramente el desfasaje entre esta mujer única, moderna, incluso contemporánea, y un país viejo en prejuicios, que empezaba a morir cuando murió ella, año 1938. En el cuerpo de otra actriz, este tejido perfecto, ensamblado como un rompecabezas que la poeta dejó completo pero con las piezas desparramadas, sería un recital de poesía. Con Victoria Moréteau, marplatense de origen, recordada por la Paloma de El conventillo de la Paloma (dirigió Enrique Baigol, 1999), el poema se encarna y se convierte en un sólido, contundente unipersonal. Victoria interpreta cada verso. Quiero decir, lo dice como lo sintió y lo diría la autora, enredada su vida y su lenguaje. Su voz experta en matices, que canta y se oscurece, su delicada silueta que baila y acaso vuela, la exactitud del gesto y su desplazarse, felino y a un tiempo firme, vencido y de golpe poderoso, revelan hasta qué punto autor y actriz se metieron en el alma expuesta de Alfonsina y la desdoblaron sobre un espacio inimaginable para ella, el teatro. Una mesa, un tul y varias rosas, y la iluminación de coprotagonista. Obligatorio elogiar el desafío que encaró Moro. Ya no le había temido a Lope de Vega (Quien lo probó lo sabe), y aún así, jugarse a escenificar poesía en estado puro podría espantar a los espectadores y producir un rictus de desdén en la crítica. Moro/Moréteau lo han hecho y ambos no les fueron esquivos. Semejante estocada a fondo, directo al corazón y elucubrado con la inteligencia, merece desde luego otro éxito más en su carrera. Gabriel Cabrejas

sábado, 26 de enero de 2013

Teatro de un renegado 2013

La herencia maldita o la Balsa de los caníbales, de Boal/Molina Una herencia bendecidísima (Think different…) Cuando falleció un par de años atras, el brasileño Augusto Boal seguramente sabía que dejaba una herencia bendita. Padre del Teatro del Oprimido, revolucionario en más de un sentido, hechicero de una praxis sociodramática que formó a generaciones —inclusión hecha de varios teatristas marplatenses—acercaba tanto la escena al pueblo que casi se confundía con él, quebrando las paredes invisibles, engendrando una gramática lúdica del cuerpo y los sentidos. Grotowski y Barba tenían al fin un cumpa latinoamericano que agiornaba la revulsiva estética de los 60 al subcontinente mestizo, eso sí, politizado, las manos a la obra en medio de las balas. El elenco autogestionario de Mauro Molina cumple en esta historia una funcionalidad irónica al adaptar obra y título, en cuanto La herencia maldita termina por ser la mejor invocación de su nombre, un testimonio vivo de la continuidad de Boal en el tiempo. Durante el verano 2012, mis colegas jueces del IV Festival Provincial (citémoslos, Pablo Mascareño y Beatriz Sánchez Distasio) me juraron que, si había una pieza superior a todas, o casi, era ésta, ya inaugurada en la Alianza Francesa. Lógico, no podía competir, como producto porteño, pero fuera de concurso constituía la prueba incontrovertible de las altas cotas del independentismo no comercial, ése que no sube al podio de las recaudaciones ni los premios mediáticos. Mauro MolinaBoceto de teatro I, Esa que no eres, El rey se muere, Muñecas rotas, Magdalena y aínda máis—concibió y desarrolló a un grupo compacto, plástico y capaz de navegar todas las aguas. En el presente caso, teatro del Opresor, no desde lo conservador o dominante sino porque se ríe, horrorosamente, de los ricos y sus amorales trifulcas, bien que en debacle, en pos de seguir parasitando la renta recibida y quedar bien lejos de los ínfimos oprimidos. La familia disfuncional, tan socorrida en el teatro de Buenos Aires. Maria Viau (Esmeraldina, la madre), Valeria Tercia (María Luisa, la hija soltera), Andrea Guerrieri (María Pía, viuda italiana de otro integrante del clan), Matías Stella (Luis Octavio, hijo universitario sin diploma posible) y Yannick du Plessis (Luis Eugenio, bon vivant deportista y ganador de apuestas), se reúnen en el living familiar, amenazadoramente adornado con la testuz de un ciervo disecado y hasta la osamenta ósea de un caballo sin rastro de pelambre ni piel. Podría encasillar una farsa posmo, sobre la rapacidad desmadrada de unos descendientes opulentos que antes de sentarse se enteran de que el pater difunto no dejó un cobre, pero es sólo el comienzo. Los actores ya están encimados sobre un sofá mientras nos acomodamos en las butacas, y llevan puestas remeras negras con logos identificables: Just Do It, Destapá la felicidad, Porque vos lo valés, Me encanta, Think different… Cuidado, gente: de lo que se habla es de ustedes, en proyección latencial. Molina señala a la sociedad de consumo y sus látigos triunfalistas, individualistas a ultranza, competitivos, materiales. El team se saca sendas remeras y ahí, entonces, arranca la disputa por la herencia. El público ríe, se escucha alguna carcajada; en realidad, Mauro y sus intérpretes se deslizan muy sutiles encima de una navaja. El grotesco manda, y lo que nos descostilla debiera, en simultáneo, provocarnos estremecimiento y repulsa absolutas. Como Boal, no se conforman alrededor de la risa: asustan de puro cínicos y naturalmente canallas. Después de la pésima noticia de que el papi dispendioso y borrachín no dejó nada, la salida es estimular nada menos que el suicidio de Luis Eugenio, que él mismo tiene planificado, para repartirse un botín logrado por él mediante el juego. “Aquí nadie se casa, acordamos, así no se discute la herencia”, apostrofa Tercia-María Luisa); el hermano muerto rompió el reglamento al desposar a María Pía, inverosímil ex monja de portaligas y mentirosos escrúpulos católicos que farfulla en italiano; dice heredar un castelo, sólo que tampoco tiene un euro. El resto, la cadena de hipocresías revestidas de lamento hacia el hermano ganancioso, al cual, sin embargo, arden por empujar sin piedad alguna al suicidio. “Bueno, el desaparecido no está ni vivo ni muerto, no reclama”, sentencia Luisa, como si hablara de otra cosa. En off, ráfagas de metralleta y corchazos anuncian la entrada de cada personaje, suena en los apagones, interrumpe. Definitivamente, además, hablamos de muchas cosas. Pudo embeberse de puesta tradicional, pero Molina siempre fue teatralista, rebelde. Un largo velo-cortina parece cerrarle el paso a la audiencia, y subraya la bruma ética general de los litigantes. Los actores, de vez en cuando, hablan a la platea, quebrantan la convención, sugieren que nadie, en circunstancias semejantes, se pondría demasiado lejos de la situación. Tan aceitado se percibe el mecanismo de actuación que todos allá arriba, ninguno quieto jamás, pespuntean una histeria perfecta, bestial y magnífica. Haberlos visto en roles disímiles —Tercia y Viau, actrices respectivas de Magdalena y Muñecas rotas—exalta la sapiencia de Molina como director y el peso específico de una materia prima pasible de encajar en cualquier sayo. Tal vez el exceso de gritos o de acción maculan un poco el esquema, aunque la suma total no llega a desmerecer en nada el resultado. Sí, mis compañeros del 2012 no se equivocaban. Un texto más rico que la herencia incobrable, un adaptador y conductor experto y la compañía entera ya acostumbrada a los desafíos, hacen de esta balsa alada un artefacto que habrá de nadar mucho, para vindicta de una temporada breve y difícil. Fácil para ellos: el espectador existe, qué joder, y pide buen teatro, y Molina & Co se los entrega, sin apellidos de la tele ni tickets exorbitantes. Gabriel Cabrejas

miércoles, 23 de enero de 2013

Teatro de un renegado 2013

El bronce que sonríe y La saeta del sudeste Un actor llamado Roque Conocí a Roque Basualdo en una cena luego del estreno de Gambeta, versión teatralizada de una novela de quien sería luego mi gran amigo, Víctor Clementi. Eran los 90, década infame para el país y deprimente para el teatro marplatense; yo era crítico de FM Residencias y a Roque no le interesó tanto mi comentario como proponerme que escribiera una obra, dado el déficit crónico de dramaturgos en nuestras playas, los inabordables costos del derecho autoral, los gastos ingentes en montaje, la gratuidad general de la vocación. El grupo se llamaba La Granada y venía de un exitazo veraniego en 1988, el texto homónimo de Rodolfo Walsh. Hoy se llaman, irónicamente, La Esquirla, desprendimiento inquietante de aquella compañía, y como ayer, siguen representando, porque el maravilloso virus de la actuación sólo muere con el actor. Son pocos, lamentablemente, los de su generación que continúan en el espinoso sendero. El Gran Roque es, por fortuna, uno de ellos. No voy a pormenorizar en su carrera, de una veintena y pico, ni en sus virtudes, más bien conocidas de los fieles. Dúctil e imaginativo en el escenario colectivo, su presencia llena el espacio toda vez que le toca el riesgoso desfiladero del unipersonal. En los dos casos que reseñamos no llega a estarlo del todo, pero como si lo fuera. El balneario tiene una obsesión estorbosa por poner locos en escena, y nada resulta más fácil que encarnarlo.Pues bien, el loco de Basualdo dista mucho del previsible autoconfesional, o del que cambia de rostro a cada salto, que nunca entendemos. El bronce de Vicente Zito Lema sería un psiquiátrico más de su colección si no hubiese encontrado a Roque. El Palangana patético que se cree Gardel destroza la convención. Cierto: cuenta una dialogante como Alicia Falcón —alternativamente La Muerte, la Madre, la Novia—que toma el pie arrojado y lo transforma. Y sin embargo, quien fuera actor de Gurka impone su tragicomedia. El ex combatiente era una víctima del sistema. Palangana, más complejo, parece el sistema mismo que se ha vuelto demente. El miserable afantasmado que se cree otro, que chilla en lugar de cantar, sobreviviente de superpuestos maltratos y a la fuerza subido a una soberbia absurda, su forma soberanamente argentina de superar la inferioridad. Lema quiere hablar del Gardel que transportamos, harapiento y sucio, insignificante bajo la lluvia de agua helada que enseguida trepa al monumento. La producción regala un calendario en el cual se ve al actor como un santo-loco de estampita, inteligente manera de encomendar la idea central de la pieza. Jorge García conoce tanto a su colega y amigo que lo dirige casi de memoria. La saeta viene en su segunda reposición (1999, 2000, sus antecedentes), ahora condensada. Antes, acompañaba Juan José Chiche Luques. Entre él y Roque se repartían al par de secuestradores que tomaban de rehén a un integrante del público (Luis de Mare, autor/director y mudo preso amordazado en las tres ocasiones, ahora de cara a la platea, antes de espaldas) y a partir de allí la seguidilla de humillaciones. Claro, una subtrama política. Un ausente peligroso, Carlos, que “se creyó la patraña de los desaparecidos”, un torturador que es juez y parte, afeminado y de falda negra, que a un tiempo suaviza y aterra, en partes iguales. Basualdo logra de un segundo a otro pasar de la humorada inocua a provocar el estremecimiento de terror. Dos máscaras que no son las del teatro, sino con otros rasgos, el cinismo y el miedo. De vez en cuando el actor-supliciador ingiere una pastilla tranquilizante y ahí sabemos que apenas hizo una pausa y retoma bríos. En La saeta Roque cambia de impostación y sus acentos graves pulsan al intérprete de mejor voz en el teatro marplatense. Quizás el más proteico, el más exigente consigo. La síntesis de los dos personajes en uno le inyecta una energía a la puesta que solamente un Roque puede resolver airosamente. “Soy una saeta que sopla junto al viento del sudeste”. La misma suerte del actor, dueño de su pequeño, y terrible, mundo. Aplaudir a Roque Basualdo significa mucho. Se aplaude una trayectoria coherente y empeñosa, a su padre artístico Carlos Owens —estaría loco de orgullo—y a la voluntad de un teatro local y generacional de calidad, que no se rinde nunca. Gabriel Cabrejas

lunes, 21 de enero de 2013

Teatro de un renegado 2013

Fontanarrosa más vivo que nunca en la Biblioteca Kogan, el aceitoso Sí, apostar al éxito probado es un facilismo y hasta algún descolgado podría tacharlo de molicie. Vale preguntarse, ¿qué hacen los teatristas marplatenses en invierno, que no ensayan nuevas obras? Aclarémoselos a los presurosos en prejuzgar y a la colonia turística porteña. Sucede que en el receso cada cual trabaja en otra cosa, o imparte clases de arte escénico, o, como Hugo Kogan, se la pasa viajando por festivales internacionales —de los cuales suele volver con un premio, dicho sea de paso—y organiza el Festival Iberoamericano de Teatro, lo que le insume muchísimo: convoca compañías independiente del continente y del país entero, lucha en pos de esponsors y financistas, auspicios y publicidad, canje de hospedaje, tickets de avión… Nunca será suficiente gratitud la que debiera tributarle el balneario a su onerosa e idealista patriada. Su brillante coequipier, Jorge Ramírez Jar, dicta teatro durante el invierno en Santa Clara y vive de la plomería. Pero existe otro obstáculo insalvable, la ausencia de dramaturgos, oriundos y ajenos, al menos los que faciliten el derecho de autor. Razones legítimas para tanta reprise en vacación estival. Y para una vocación heroica y casi gratuita. Actuar, contra el viento y las mareas. “Cuando hablé con Fontanarrosa, se sorprendía que se adaptaran tanto sus cuentos, un tipo que no escribía teatro”, comenta Kogan al salir a agradecer el nutrido aplauso de cada viernes. Verdas a medias, pues la inagotable vena humorística del Gran Negro Rosarino se desarrolla en réplicas agudas, en chistes que caben en un cuadrito de historieta, en personajes difíciles de olvidar que parecen aguardar, despiertos, al director que los haga hombres. De eso se trata El mundo ha vivido equivocado. Recordemos. Veinte años atrás un muy joven Luis Chango Heredia encarnó al prototípico chanta argento, soberbio y mendaz, y se granjeó un Estrella. Su ladero fue Jorge García. La tele pública reformuló los cuentos del Negro y le tocó el parlamento a Miguel Ángel Rodríguez. Y por fin apareció el actor al que la máscara le calza como un guante, Hugo Kogan. Y ahí se terminan las similitudes. Kogan, a su vez conductor de la pieza, y su compañero, lo sazonan de condimentos específicamente teatrales. Escenario pelado, de pronto el dúo entra por un lateral: heladerita de telgopor, bermudas, sillas de playa plegables. Buscan una playa y están haciendo tiempo mientras dialogan y el protagonista se imagina mi día perfecto, no en Mar del Plata sino en una isla paradisíaca y exclusiva del Caribe. El otro es su cable a tierra, entre torpe y sensato, que no entiende del todo y en cuanto lo hace, trata de regresarlo a su realidad. No tienen más que mate y salchichón primavera, y la historia, sueño hecho de progresiones, relato enmarcado, consiste en un improbable levante de mina pituca, francesa o yanqui, lo mismo da, y el levante del ídolo rioplatense que a punta de verso la lleva a la cama del hotel cinco estrellas. “Me echo veinte o veinticinco polvos, porque detrás de mí hay un país”. Ninguna frase, de escritor alguno, sociólogo o novelista, ha sintetizado mejor el talante macho-argentino, hervido en el truco, la labia, el curro y, finalmente… el bolazo, el macaneo liso y llano. También un detalle que nuestra puesta no descuida: Kogan viste una camiseta de la seleçao brasileña, el nombre de Neymar en la espalda. Todos queremos ser otro, en lo posible, extranjero, pero bien winner a la criolla, sin esfuerzo y sin necesidad de ser verídicos. Fontanarrisa captó como nadie la falsificación y el elogio del barrio, la ética de la supervivencia portuaria, la inverosímil pero cómica y locuaz mitología del levante. La clave es creerla, no que sea real, y en ese implícito —hoy mentís vos, mañana te creés la mía—crece y se multiplica el milagro del teatro.¿Cómo no iba a resucitar el Negro en el formato platea? No revelamos el final, irónico y espectacular, que el propio Roberto habría ovacionado a rabiar. Eso sí, subrayemos a varios colores a estos intérpretes. Que Kogan fuese el siniestro y ambivalente padre-represor de Potestad apenas un año atrás, sin insinuar en nosotros ni un asomo de sonrisa, o el Marx posmo y patético de La secreta obscenidad de cada día en un par de momentos, y Ramírez, ahora, el acompañante indulgente y devoto de El canto del cisne, prueba que el ágora actoral de la ciudad, represente lo que represente, sigue desbordante de talento y transformación. Jorge R, de apostura apta all terrain, retacón y gordito, se desplaza de la evidente hilaridad de su sola presencia al subirse al sayo de comediante, a una cuadratura dramática total sin desbalancearse. El suceso de espectadores, entre los pocos a quienes cerrarán las cuentas este verano, resulta en un merecimiento extra. Aceitoso como Boogie (rol que alguna vez hizo), Hugo Kogan, referencia insoslayable del teatro local histórico, benefactor y guerrero del arte, sucesor entusiasta de Carlos Owens, termina de ganarse un lauro de hojas perennes. Así trabajan los artistas. Sin verso. Gabriel Cabrejas

domingo, 6 de enero de 2013

Auto Autopsia sin Asepsia

morronguea la curda en algún callejón
esos que albergan hijos
cuando la noche espanta

los milagros son buitres
que devoran el alma, la empañan
esclava de solsticios

sufro puñaladas de niebla
tus manitos de agua
ahogándose en la trinchera

no hay un aquí, menos un ahora
las cosas vibran indiferenciadas
pienso al Tiempo y hago abstractos

aquí y ahora circunstancias sin mí
giran intervalos en la  ruleta
que sólo detiene las agujas
cuando sienta sangre en la garganta

otro bar en la hipnosis que despierta.

Chao Cle Men.



martes, 1 de enero de 2013

Auspiciantes, les damos las gracias










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